martes, 6 de abril de 2010

DEBATE;EUTANASIA Y BIOETICA

OTTAWA.- El diario canadiense The Globe and Mail publica el día de hoy en su edición de Ottawa, la culminación de la primera fase de un magno proyecto científico, el primer catálogo que señala las diferencias genéticas más comunes que existen entre los cuatro grupos étnicos que habitan el planeta. El llamado Mapa Haplotipo develado en Utah, marca un paso histórico hacia una nueva era de tratamientos diseñados a la medida genética del paciente.

En contraste, la propuesta de legalizar la eutanasia y el suicidio asistido continúa su discusión en el Parlamento de Ottawa (Bill C-407) -al igual que en otros países incluyendo México-, al son de iniciativas que parecerían ser orquestadas por el mismo autor. Obliga a pensar en estrategias poblacionales vinculadas a razonamientos de carácter económico. El aumento exponencial de la población mayor de 60 años, en contraste con la disminución drástica de nacimientos, se convierte en una carga económica desproporcionada, pesando sobre un sector minoritario económicamente productivo, fenómeno demográfico conocido como inversión de la pirámide poblacional. Así, mientras la ciencia avanza a pasos agigantados hacia la preservación de la vida por el descubrimiento del mapa genético, por otra parte se despliegan esfuerzos extraordinarios para socavarla, según ésta les resulte más o menos incómoda, más o menos productiva, más o menos conveniente a intereses particulares.

Ante esto nos preguntamos con mirada expectante: ¿Existe alguna razón para poner límites a nuestra capacidad de intervenir en la vida, manipulándola en sus inicios o fijando sus límites? ¿Por qué no practicar la eutanasia, cuando se considera que la calidad de vida del paciente no alcanza un mínimo indispensable de bienestar, o que la carga económica se vuelve insoportable? ¿Hasta dónde los esfuerzos razonables por preservarla? ¿Por qué no procurar directamente la muerte del ser querido agobiado por el sufrimiento?

No es posible dejar a criterio de los buenos sentimientos de las personas decisiones tan importantes respecto hasta dónde actuar y de qué manera. Es aquí en donde entra la bioética, saber interdisciplinario y complejo que hace concurrir diversas ciencias para atender, desde una perspectiva moral, los desafíos de la vida humana y de las nuevas tecnologías aplicadas a ella. Tratar de ver de dónde brota la perspectiva moral es el punto de arranque de este saber interdisciplinario, fundamento válido para todos los hombres, independientemente de sus creencias, religiones, estructuras ideológicas o políticas.

La moral no es el resultado de un determinado entorno socio-histórico, ni la síntesis de una particular disciplina científica como sería la ética. Su origen no es religioso, aunque toda religión se fundamente en principios de moralidad. La moral nace en el momento en que el hombre se contempla a sí mismo como sujeto libre que deberá responder sobre sus propios actos, algo que no sucede a los animales, razón por la cual no podemos responsabilizarlos. Hasta donde entiendo, no existen cárceles para ballenas asesinas ni reclusorios para felinos depredadores. Las especies animales se guían por el instinto imperativo del momento, encaminado a la satisfacción de sus necesidades vitales, al margen de toda responsabilidad moral. La libertad del hombre, por contraste, le posibilita vivir en autonomía, ser dueño de sus propias acciones, surgiendo así la vida moral como una realidad primaria y anterior a cualquier discurso. El sentido moral de la vida humana no puede ser ignorado por el cálculo de beneficios científicos o tecnológicos que pudieran ser descubiertos.

Hay quienes piensan que la vida es un fenómeno neutro y que eso de la moralidad depende de las convicciones religiosas que cada cual tenga. El cristiano al saberse Imagen y Semejanza de Dios, descubre en ello una alta dignidad, lo cual no significa que el no creyente, al faltarle este dato fundamental, desprecie la suya. A esto responde el filósofo Rodrigo Guerra (Bioética: un compromiso existencial y científico, Murcia 2005, pp.71-121) diciendo que: todo ser humano -creyente o no- tiene una intuición fundamental sobre la dignidad humana, es decir, sobre el valor particular que cada uno posee. La dignidad constituye una sublime modalidad de lo bueno, de lo valioso, de lo positivo..., de aquello que está dotado de una categoría superior.

Esta dignidad le viene al hombre por reconocerse como alguien, no simplemente por ser algo, dignidad que posee al ser persona es decir, un sujeto racional pensante y libre, consciente y responsable de sus actos, realidad tangible, no un mero fenómeno virtual. El reconocimiento de su ser y de su dignidad, independientemente del credo religioso o tendencia ideológica, descubre al hombre como un todo, como un universo completo, como un fin en sí mismo, como alguien que merece respeto, protagonista de una historia única, singular, irrepetible, insustituible, alguien que no se dio la vida sino que la recibió como un don.

Es inevitable referirse a la dignidad cuando se tratan cuestiones fundamentales de bioética. ¿Por qué es moralmente cuestionable hacer todo lo que la ciencia y la tecnología permiten? ¿Qué es lo que define lo bueno y lo conveniente para el hombre y cuál sería el criterio para reprobar ciertas acciones? La dignidad designa el valor absoluto del ser humano. Nadie aceptaría que la conducta de un secuestrador que tortura y mutila a su víctima intentara justificarse porque así conviene a sus intereses o preferencias personales. La indignación que provoca esta conducta es objetiva e innegable. Y cuando la autoridad captura al delincuente, igualmente la dignidad de este sujeto por detestable que nos parezca, impone un límite absoluto que las instancias de poder deben respetar al castigarlo.

El reconocimiento de la dignidad humana como algo evidente no es otra cosa que el fundamento de los Derechos Humanos Universales, y la dignidad de la persona como su nombre lo indica -traducción latina de valor en griego- se refiere a una realidad máximamente estimada o valorada, realidad que posee varias dimensiones por el cuerpo, el lenguaje, los estados afectivos, los sentimientos, realidad única que no puede ser menospreciada cuando, por la edad o la enfermedad, se vean disminuidas sus funciones. Recuerdo haber oído una entrevista con la madre Teresa de Calcuta en la que comentaba que ella se dedicaba a ayudar a morir con dignidad, a procurar la buena muerte del enfermo desahuciado, del abandonado, del desposeído. Miles y miles de moribundos murieron con dignidad acogidos con amor entre sus brazos. Todos ellos al morir se descubrieron como un alguien eminentemente valioso, al morir se sintieron reconocidos en su dignidad, respetados y amados. Aquellos cuya vida se encuentra disminuida o debilitada tienen derecho a un respeto especial..., deben ser atendidos para que lleven una vida tan normal como sea posible (CIC 2276).

Al reconocer con la bioética que la vida humana encierra un valor absoluto, no negociable, la aceptación de leyes como la eutanasia directa, cualquiera que sean los motivos y los medios, dirigida a poner fin a la vida de personas disminuidas, enfermas o moribundas, es moralmente inaceptable (CIC 2277). Conduciría un grave deterioro social; lejos de avanzar sería un retroceso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario