jueves, 8 de abril de 2010

Mensajes cartelera dìa del Idioma

Pensamientos de Miguel de Cervantes Saavedra
- El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho.
- La pluma es la lengua del alma.


- No existe idioma que no pueda ser mal interpretado. Cada interpretación es hipotética, ya que es un simple intento de leer un texto desconocido. (Jung)
- Toda lengua es un templo en el que está encerrado el alma del que habla. (Colmes)

- Un idioma es la sangre de un pueblo, el lenguaje, el de la humanidad. (Karigüe)

- Cuando más disminuyen los placeres corporales, más aumenta el deseo por el placer del conversación. (Platón)

- El idioma del corazón es universal: sólo se necesita sensibilidad para entenderlo y hablarlo. (Duclós)

- Cambiar de idioma para escribir, para un escritor, es como escribir una carta de amor con un diccionario. (Cifran)

- "Es necesario aprender lo que necesitamos y no únicamente lo que queremos."
- "El hombre es tantas veces hombre cuanto es el número de lenguas que ha aprendido." -Carlos I de España
-"Toda lengua es un templo en el que está encerrada el alma del que habla." -Oliver Wender Colmes

- Algo increíble sería ser ciudadano de una sola 'República Latina', pero el mundo no estaría preparado para ver lo más bello de todos los tiempos" por Anónimo - Nicaragua.

- "Algún día cantaremos unidos el himno de la unidad, la libertad y la hermandad latinoamericana. Viva Puerto Rico latinoamericano" por Anónimo - Puerto Rico.

- "América es una gran casa con grandes y fuertes pilares, que brilla con luz más fuerte que el sol iluminando hasta el último rincón" por Kenia Carolina - Honduras.

- "América Latina unida más latina, más americana" por Anónimo - desde España.

- "América unios, la unión hace la fuerza; la fuerza hará la integración; la integración nos sacará de la opresión. Sin opresión, América será soberana. Podemos" por Anónimo (Argentina) "América, qué linda palabra. Dios nos brindó una hermosa naturaleza donde el ina construyó el Machu Pichu. ¡ oh grandeza! Unámonos en un sólo corazón americano, como el sueño del Gran ohLibertador Simón Bolívar" por Anónimo. (Argentina)
- Buscando el sueño que en algún momento Bolívar y San Martín tuvieron en mente, una América unida y sin diferencias, una América sin fines patrióticos y nacionalistas, una América unida por la fraternidad y la paz" por Emanuel Escobar - Chile.
América, sentimiento que vive en cada uno de nosotros y forma parte de nuestra herencia y la de nuestros hijos. América estará unida cuando nuestros niños puedan jugar sin preocupaciones ni hambre, cuando nuestros jóvenes puedan elegir libremente sin presiones de ningún tipo, cuando podamos vivir con dignidad. América Unida es más que una frase, es nuestra lucha, nuestro sueño, nuestra meta" por Anónimo - Perú

- Debemos luchar por la existencia y reproducción de nuestro pueblo y nuestra raza, por el sustento de nuestros niños y por la pureza de nuestra sangre, por la libertad y la independencia de nuestra madre patria, de manera que nuestro pueblo pueda madura en el cumplimiento de la misión que le asignó el Creador del Universo..." por Anónimo - México.

- "Dejemos a un lado el pasado y las diferencias que nos han atado y comencemos ahora, de una vez por todas a integrarnos como parte de un todo, para así poder construir un futuro mejor. Sólo unidos lograremos vencer los más grandes obstáculos que se nos presenten" por Wendy Jeanine Castellanos - Venezuela.
En el uso del idioma debe estar presente el objetivo de comprender y unir personas, pueblos y culturas, nunca el de separar, distanciar o exclusivizar" por Jaime Navas - España.
- Integrarse como un todo, romper fronteras y solidarizarse unos con otros... ¡¡¡Tengo derecho a soñar!!!" por Anónimo - Honduras.


Dia del libro


-El 23 de abril es el Día Internacional del Libro y El día del Idioma, se escogió este día por que sucedieron tres hechos importante para la literatura a nivel mundial, esta fecha nació en 1564 William Shakespeare y en la misma fecha, 52 años después en 1616 falleció el gran autor inglés.

- Esta misma fecha, las letras hispanas despiden a Don Miguel de Cervantes, autor de Don Quijote . Las obras de estos dos escritores son recordadas, leídas y estudiadas por todos, para recordar a estos dos hombres se eligió el 23 de abril.
Hoy las escuelas durante este día realizan actividades para realzar la importancia de leer un libro, la importancia de la lectura para el conocimiento de lo real o lo imaginario, de la información, de la ciencia, cultura, deporte, política.
La lectura te traslada a otro mundo, te transportas al leer, entonces colegas los invito a leer un poco más, en la medida que lo hagamos transmitimos a nuestros hijos y alumnos ese interés por la lectura.

martes, 6 de abril de 2010

expresiòn oral vs expresiòn escrita

Estimados estudiantes: teniendo en cuenta que cada uno delos grados dècimos tiene 24 alumnos, es necesario realizar dos tipos de actividades una es un debate sobre el tema: La EUTANASIA, PARA LO CUAL SE DEBEN CONFORMAR DOS GRUPOS, UNO EN FAVOR Y OTRO EN CONTRA. (12 estudiantes realizaràn el debate). Ahi lesdejo una documentaciòn valiosa para leer y sustentar sus argumentaciones.
Los 12 estudiantes restantes realizaràn trabajo de expresiòn escrita para el dìa del idioma. escoja el tema de la cartelera y hágamelo saber a manera de comentario. por este mismo medio.

Profesora

DEBATE;EUTANASIA Y BIOETICA

LA EUTANASIA NO RESUELVE EL PROBLEMA
SINO QUE DESTRUYE AL QUE LO TIENE

Informe de la Associació Catalana d'Estudis Bioètics sobre la eutanasia



La Asociación Catalana de Estudios Bioéticos (ACEB) considera que el activismo pro-eutanásia representa a menudo un paso decisivo en la exaltación absoluta de la autonomía individual y en la introducción de la cultura de la muerte. Para el individualismo liberal, la decisión propia se halla siempre por encima de todo límite: nada me puede ser impuesto, ni tan solo la muerte. Es la misma ideología que favorece que la mujer elimine a su hijo antes de nacer si considera que le reduce su autonomía. Despenalizar la eutanasia significa tanto como apoyar la cultura de la muerte.

Sin embargo, la eutanasia no resuelve los problemas del enfermo, sino que destruye a la persona que tiene los problemas.

No puede ignorarse que en 1991 se llevó a cabo en Holanda una encuesta anónima entre los médicos holandeses, tras un tiempo de vigencia de la despenalización de la eutanasia, con el fin de conocer como se había concretado en la práctica esta despenalización. Los resultados, recogidos en el Informe Remmelink, señalaron que anualmente se llevaban a cabo 2.300 eutanasias a petición del paciente. Hubo además 400 casos de cooperación al suicidio; 1.000 casos de eutanasia sin que mediara petición alguna del paciente; 5.800 en que se retiró o no se inició un tratamiento útil a petición del paciente y, a consecuencia de ello, murieron 4.756 enfermos. De los 25.000 casos en que se retiró o se omitió un tratamiento sin que mediara petición del paciente, en 8.750 esta acción se realizó con la intención de terminar con su vida. De los 22.500 pacientes que murieron por sobredosis de morfina, la dosis se administró con la intención de acelerar la muerte en 8.100 casos.

El Informe Remmelink puso de manifiesto también que el 51% de los médicos en Holanda consideraban la eutanasia practicada al margen de la voluntad del enfermo como una opción digna de ser tenida en cuenta y el 41,1% de los médicos entrevistados la había realizado. (R. Fenigsen, "The Report of the Dutch Governmental Committee on Euthanasia", Issues in Law & Medicine 1991; 7: 339-44)

ACEB explica que los enfermos terminales han de recibir siempre los medios terapéuticos ordinarios, pudiendo, según los casos, omitirse los extraordinarios. La frontera entre medios ordinarios y extraordinarios no es algo nítido y perfectamente delimitado, dependiendo en cada caso de múltiples circunstancias. La Associació Catalana d’Estudis Bioètics recuerda que existe un límite: el límite de atención que no puede ser sobrepasado sin atentar directamente contra la vida, es el de la cobertura de las necesidades vitales mínimas, fundamentalmente alimentación e hidratación, así como transfusiones y medicación de uso común.

En determinados casos se plantea la administración de sedantes conocida como sedación terminal. "Se entiende por sedación terminal la administración deliberada de fármacos para producir una disminución suficientemente profunda y previsiblemente irreversible de la conciencia en un paciente cuya muerte se prevé próxima, con la intención de aliviar un sufrimiento físico y/o psicológico inalcanzable con otras medidas y con el consentimiento explícito, implícito o delegado del paciente" (J. Porta, et. al. "Definición y opiniones acerca de la sedación terminal: estudio multicéntrico catalano-balear". Medicina Paliativa, Madrid, 6:3; pp 108-115. 1999)

El hecho de recurrir al consentimiento implícito o delegado cuando el paciente puede Conocer la información quita al moribundo su derecho a afrontar el acto final de su vida: su propia muerte. La familia y el médico suplantan entonces al enfermo y lo despojan del conocimiento de esta decisión. Pero el verdadero respeto a los derechos del paciente pasa por hacerlo partícipe de las decisiones sobre su cuidado, aunque éstas hayan de pasar por una información desagradable.

La sedación terminal es éticamente correcta cuando su fin sea mitigar el sufrimiento; cuando la administración del tratamiento busque únicamente mitigar el sufrimiento y no la provocación intencionada de la muerte; y cuando no haya ningún tratamiento alternativo que consiga los mismos efectos principales sin el efecto secundario que sería el acortamiento de la vida. Entonces este tipo de sedación es correcto y éticamente aceptable.

La verdadera alternativa a la eutanasia y al encarnizamiento terapéutico es la humanización de la muerte (M. Sureda, 2003). Ayudar al enfermo a vivir lo mejor posible el último periodo de la vida. Es fundamental expresar el apoyo, mejorar el trato y los cuidados, y mantener el compromiso de no abandonarle, tanto por parte del médico, como por los cuidadores, los familiares, y también del entorno social.

Frente a la cultura de la muerte y su pretensión de presentar el aborto y la eutanasia como progresos, la Associació Catalana d’Estudis Bioètics (ACEB) desea recordar que eliminar la vida de una persona - también si se trata de la vida propia - es siempre y sin excepción un mal gravísimo, se opone radicalmente al respeto que merece la dignidad de todo ser humano, substituye la ayuda solidaria y esforzada por la destrucción y alimenta en su raíz la violencia social.

ACEB
(Associació Catalana d'Estudis Bioètics)

DEBATE;EUTANASIA Y BIOETICA

Los enfermos terminales
Conservación de la vida en enfermos terminales

Entre los tratamientos que se han de suministrar al enfermo terminal se encuentran los analgésicos. Estos, favoreciendo un transcurso menos dramático, contribuyen a la humanización y a la aceptación del morir. Muchas veces el dolor disminuye la fuerza moral en la persona; los sufrimientos agravan el estado de debilidad y de agotamiento físico, obstaculizan el ascenso del alma y consumen las fuerzas morales en lugar de sostenerlas . En cambio, la supresión del dolor procura una distensión orgánica y psíquica, facilita la oración, y hace posible una donación de sí mismo más generosa. La prudencia humana y cristiana sugiere para la mayoría de los enfermos el uso de medicamentos apropiados para aliviar o suprimir el dolor, aunque de estos puedan derivarse entorpecimiento o menor lucidez mental.
Puede ser que a veces el empleo, aun moderado, de analgésicos pueda traer como efecto, además del alivio del sufrimiento, también la anticipación de la muerte. Hay que notar que en tal caso la muerte no es querida o buscada en ningún modo, aunque se corre este riesgo por una causa justificable: simplemente se tiene la intención de mitigar el dolor de manera eficaz, usando para tal fin aquellos analgésicos de los cuales dispone la medicina.

Sucede además la eventualidad de causar con los analgésicos la supresión de la conciencia en el agonizante. A este respecto hay que notar que no se le debe privar de la conciencia si no es por motivos graves, pues además de que puede haber intenciones inmorales de parte de quienes rodean al enfermo al hacerlo, se priva a quien está próximo a morir de la posibilidad de vivir su propia muerte, introduciéndolo en una inconsciencia indigna de un ser humano. Sin embargo, es diversa la situación cuando existe una seria indicación clínica del uso de analgésicos supresores de la conciencia, como es el caso de la presencia de dolores violentos e insoportables. Entonces la anestesia es lícita, pero bajo condiciones previas: que el agonizante haya satisfecho o pueda todavía satisfacer sus deberes morales, familiares y religiosos.
El derecho a la vida se precisa en el enfermo terminal como derecho a morir con toda serenidad, con dignidad humana y cristiana. Esto no significa procurarse o hacerse procurar la propia muerte, como tampoco evitarla a toda costa.

La medicina moderna dispone de medios con capacidad de retardar artificialmente la muerte, sin que el paciente reciba un real beneficio. Simplemente se le mantiene la vida o se logra prolongar por algún tiempo la vida, a precio de ulteriores y duros sufrimientos. Este es el caso definido como “obstinación terapéutica”, consistente en el uso de medios particularmente extenuantes y pesados para el enfermo, condenándolo de hecho a una agonía prolongada artificialmente. Ante la inminencia de una muerte inevitable no obstante los medios usados, es lícito en conciencia tomar la decisión de renunciar a tratamientos que procurarían solamente un prolongamiento precario y penoso de la vida, pero sin interrumpir el tratamiento normal correspondiente al enfermo en casos similares. La alimentación y la hidratación, aún artificialmente administradas, son parte de los tratamientos normales que siempre se han de proporcionar al enfermo, cuando no resultan gravosos para él; su indebida suspensión significaría una verdadera y propia eutanasia 3.

Para consultar el documento completo:

Los fundamentos teológicos de la Bioética: índice


1 A continuación tocamos algunas de las principales cuestiones de Bioética que se ventilan hoy en día. La doctrina que exponemos está principalmente tomada de las actualizaciones de nuestra “Carta de los Agentes Sanitarios” que se están realizando en los números 31, 36, 46, 86, 87, 89 y 129

2 Pontificio Consejo para la Pastoral de la Salud, “Carta de los Agentes Sanitarios”, n.23-24

3 Pontificio Consejo para la Pastoral de la Salud, Carta de los Agentes Sanitarios, nn. 119-124
Todos los servicios de Catholic.net son gratuitos. Sólo nos mantenemos gracias a los donativos que, voluntariamente, nos hacen algunos de nuestros visitantes. Necesitamos de tu ayuda para continuar anunciando el mensaje de Cristo a través de la Red. Ayúdanos, Dios te lo recompensará.

DEBATE;EUTANASIA Y BIOETICA

OTTAWA.- El diario canadiense The Globe and Mail publica el día de hoy en su edición de Ottawa, la culminación de la primera fase de un magno proyecto científico, el primer catálogo que señala las diferencias genéticas más comunes que existen entre los cuatro grupos étnicos que habitan el planeta. El llamado Mapa Haplotipo develado en Utah, marca un paso histórico hacia una nueva era de tratamientos diseñados a la medida genética del paciente.

En contraste, la propuesta de legalizar la eutanasia y el suicidio asistido continúa su discusión en el Parlamento de Ottawa (Bill C-407) -al igual que en otros países incluyendo México-, al son de iniciativas que parecerían ser orquestadas por el mismo autor. Obliga a pensar en estrategias poblacionales vinculadas a razonamientos de carácter económico. El aumento exponencial de la población mayor de 60 años, en contraste con la disminución drástica de nacimientos, se convierte en una carga económica desproporcionada, pesando sobre un sector minoritario económicamente productivo, fenómeno demográfico conocido como inversión de la pirámide poblacional. Así, mientras la ciencia avanza a pasos agigantados hacia la preservación de la vida por el descubrimiento del mapa genético, por otra parte se despliegan esfuerzos extraordinarios para socavarla, según ésta les resulte más o menos incómoda, más o menos productiva, más o menos conveniente a intereses particulares.

Ante esto nos preguntamos con mirada expectante: ¿Existe alguna razón para poner límites a nuestra capacidad de intervenir en la vida, manipulándola en sus inicios o fijando sus límites? ¿Por qué no practicar la eutanasia, cuando se considera que la calidad de vida del paciente no alcanza un mínimo indispensable de bienestar, o que la carga económica se vuelve insoportable? ¿Hasta dónde los esfuerzos razonables por preservarla? ¿Por qué no procurar directamente la muerte del ser querido agobiado por el sufrimiento?

No es posible dejar a criterio de los buenos sentimientos de las personas decisiones tan importantes respecto hasta dónde actuar y de qué manera. Es aquí en donde entra la bioética, saber interdisciplinario y complejo que hace concurrir diversas ciencias para atender, desde una perspectiva moral, los desafíos de la vida humana y de las nuevas tecnologías aplicadas a ella. Tratar de ver de dónde brota la perspectiva moral es el punto de arranque de este saber interdisciplinario, fundamento válido para todos los hombres, independientemente de sus creencias, religiones, estructuras ideológicas o políticas.

La moral no es el resultado de un determinado entorno socio-histórico, ni la síntesis de una particular disciplina científica como sería la ética. Su origen no es religioso, aunque toda religión se fundamente en principios de moralidad. La moral nace en el momento en que el hombre se contempla a sí mismo como sujeto libre que deberá responder sobre sus propios actos, algo que no sucede a los animales, razón por la cual no podemos responsabilizarlos. Hasta donde entiendo, no existen cárceles para ballenas asesinas ni reclusorios para felinos depredadores. Las especies animales se guían por el instinto imperativo del momento, encaminado a la satisfacción de sus necesidades vitales, al margen de toda responsabilidad moral. La libertad del hombre, por contraste, le posibilita vivir en autonomía, ser dueño de sus propias acciones, surgiendo así la vida moral como una realidad primaria y anterior a cualquier discurso. El sentido moral de la vida humana no puede ser ignorado por el cálculo de beneficios científicos o tecnológicos que pudieran ser descubiertos.

Hay quienes piensan que la vida es un fenómeno neutro y que eso de la moralidad depende de las convicciones religiosas que cada cual tenga. El cristiano al saberse Imagen y Semejanza de Dios, descubre en ello una alta dignidad, lo cual no significa que el no creyente, al faltarle este dato fundamental, desprecie la suya. A esto responde el filósofo Rodrigo Guerra (Bioética: un compromiso existencial y científico, Murcia 2005, pp.71-121) diciendo que: todo ser humano -creyente o no- tiene una intuición fundamental sobre la dignidad humana, es decir, sobre el valor particular que cada uno posee. La dignidad constituye una sublime modalidad de lo bueno, de lo valioso, de lo positivo..., de aquello que está dotado de una categoría superior.

Esta dignidad le viene al hombre por reconocerse como alguien, no simplemente por ser algo, dignidad que posee al ser persona es decir, un sujeto racional pensante y libre, consciente y responsable de sus actos, realidad tangible, no un mero fenómeno virtual. El reconocimiento de su ser y de su dignidad, independientemente del credo religioso o tendencia ideológica, descubre al hombre como un todo, como un universo completo, como un fin en sí mismo, como alguien que merece respeto, protagonista de una historia única, singular, irrepetible, insustituible, alguien que no se dio la vida sino que la recibió como un don.

Es inevitable referirse a la dignidad cuando se tratan cuestiones fundamentales de bioética. ¿Por qué es moralmente cuestionable hacer todo lo que la ciencia y la tecnología permiten? ¿Qué es lo que define lo bueno y lo conveniente para el hombre y cuál sería el criterio para reprobar ciertas acciones? La dignidad designa el valor absoluto del ser humano. Nadie aceptaría que la conducta de un secuestrador que tortura y mutila a su víctima intentara justificarse porque así conviene a sus intereses o preferencias personales. La indignación que provoca esta conducta es objetiva e innegable. Y cuando la autoridad captura al delincuente, igualmente la dignidad de este sujeto por detestable que nos parezca, impone un límite absoluto que las instancias de poder deben respetar al castigarlo.

El reconocimiento de la dignidad humana como algo evidente no es otra cosa que el fundamento de los Derechos Humanos Universales, y la dignidad de la persona como su nombre lo indica -traducción latina de valor en griego- se refiere a una realidad máximamente estimada o valorada, realidad que posee varias dimensiones por el cuerpo, el lenguaje, los estados afectivos, los sentimientos, realidad única que no puede ser menospreciada cuando, por la edad o la enfermedad, se vean disminuidas sus funciones. Recuerdo haber oído una entrevista con la madre Teresa de Calcuta en la que comentaba que ella se dedicaba a ayudar a morir con dignidad, a procurar la buena muerte del enfermo desahuciado, del abandonado, del desposeído. Miles y miles de moribundos murieron con dignidad acogidos con amor entre sus brazos. Todos ellos al morir se descubrieron como un alguien eminentemente valioso, al morir se sintieron reconocidos en su dignidad, respetados y amados. Aquellos cuya vida se encuentra disminuida o debilitada tienen derecho a un respeto especial..., deben ser atendidos para que lleven una vida tan normal como sea posible (CIC 2276).

Al reconocer con la bioética que la vida humana encierra un valor absoluto, no negociable, la aceptación de leyes como la eutanasia directa, cualquiera que sean los motivos y los medios, dirigida a poner fin a la vida de personas disminuidas, enfermas o moribundas, es moralmente inaceptable (CIC 2277). Conduciría un grave deterioro social; lejos de avanzar sería un retroceso.

DEBATE;EUTANASIA Y BIOETICA

Estimado lector, en artículos pasados, hemos centrado nuestra atención sobre el aborto, que atenta en las primeras etapas de desarrollo del ser humano contra su derecho a la vida. Hoy vamos a reflexionar sobre otra forma de matar que, se enfoca principalmente, en las últimas etapas de la vida, concretamente en ancianos, enfermos terminales, personas con discapacidades, etc.

Conviene comenzar este artículo explicando el término de "eutanasia" y su verdadero significado. Etimológicamente esta palabra proviene del griego eu thánatos = "buena muerte" o "muerte dulce"; pero de manera específica podemos decir que la eutanasia es procurar la muerte sin dolor de aquellos que sufren. Esto deja parámetros muy amplios de acción que van desde asesinar a un niño que va a nacer con alguna discapacidad hasta la colaboración en el suicidio de alguien que sufre, desde la eliminación del anciano (visto ya como un estorbo) hasta la abstención del tratamiento para no alargar una agonía sin esperanza del enfermo terminal.

El juramento hipocrático nos dice: "Jamás proporcionaré a persona alguna un remedio mortal, si me lo pidiese, ni haré sugestión alguna en tal sentido; tampoco suministraré a mujer alguna un remedio abortivo. Viviré y ejerceré mi arte en santidad y pureza" (siglo V a.C.). Esto nos puede llevar a preguntarnos: ¿ha perdido la sociedad esa actitud de respeto ante la vida y la muerte?, ¿por qué se exalta la dignidad humana y en los hechos se le denigra?. Por consecuencia, hay que recordar que los médicos nunca deben provocar la muerte, la medicina no tiene esa función aunque alguna ley lo permitiera o fuera solicitado por el paciente, su familia o un comité de cuidados hospitalarios, ya que, la eutanasia lleva a un ser humano a dar muerte a otro consciente y libremente, independientemente de las razones que lo motiven a hacerlo. Esto nos lleva a definir la eutanasia como: causar la muerte de otro con o sin su consentimiento para evitarle dolores físicos o padecimientos de otro tipo considerados insoportables. Por tal motivo, la eutanasia representa siempre una forma de homicidio, pues implica que un hombre da muerte a otro; así mismo destruye el núcleo mismo de la profesión médica.

De esta definición podemos sacar los siguientes presupuestos:

      La intención de quien practica la eutanasia tiene como objeto buscado, la muerte. Vemos entonces que, la eutanasia no es la aplicación de un tratamiento necesario para aliviar el dolor aunque se acorte la expectativa de vida del paciente como efecto secundario no querido.

      La eutanasia puede realizarse por acción (administrar sustancias tóxicas mortales) o por omisión (negar la asistencia médica debida).

      En la eutanasia se busca la muerte de otro, no la propia.

También es necesario afirmar que, hoy en día, la medicina no se opone al cese del tratamiento cuando sólo sirve para prolongar la muerte, ni al uso de ciertas medidas para aliviar el sufrimiento, aunque tengan como inevitable consecuencia abreviar la vida. Como dice el Código de Deontología Médica: "El médico está obligado a poner los medios preventivos y terapéuticos necesarios para conservar la vida del enfermo y aliviar sus sufrimientos. No provocará nunca la muerte deliberadamente, ni por propia decisión, ni cuando el enfermo, la familia, o ambos, lo soliciten, ni por otras exigencias [...] En caso de enfermedad terminal, el médico debe evitar emprender acciones terapéuticas sin esperanza cuando haya la evidencia de que estas medidas no pueden modificar la irreversibilidad del proceso que conduce a la muerte. Debe evitarse toda obstinación terapéutica inútil. El médico favorecerá y velará por el derecho a una muerte acorde con el respeto a los valores de la condición humana" (Cap. XVII, Art. 116 y 117); por tal motivo, la muerte deliberada nunca podrá ser considerada como un remedio médico de ninguna situación clínica. En otras palabras, la eutanasia es una actividad que no congenia con el propio ser de la medicina; mas bien todo lo contrario: la medicina está al servicio de la vida y la eutanasia al servicio de la muerte. La Declaración sobre la Eutanasia, promulgada en 1987 por la Asociación Médica Mundial dice: "La eutanasia, es decir, el acto deliberado de dar fin a la vida de un paciente, ya sea por su propio requerimiento o a petición de sus familiares, es contraria a la ética".

La Comisión Central de Deontología de España en su Declaración sobre la Eutanasia de 1989 dice: "En los medios de opinión se emplean con frecuencia las expresiones -ayudar a morir- o -muerte digna-. Tales expresiones son confusas, pues, aunque tienen una apariencia aceptable, esconden con frecuencia actitudes contrarias a la ética médica y tienden a borrar la frontera que debe separar la asistencia médica al moribundo de la eutanasia. La asistencia médica al moribundo es uno de los más importantes y nobles deberes profesionales del médico, mientras que la eutanasia es la destrucción deliberada de una vida humana que, aunque se realizara a petición de la víctima o por motivos de piedad en el que la ejecutara, no deja de ser un crimen que repugna profundamente a la vocación médica sincera"

Desde que se legalizó la eutanasia en Holanda -nos dice el Dr. J.C. Willke- lo que comenzó aplicándose sólo en casos extraordinarios, se ha transformado en rutina. Veinte mil de las 130 mil personas que mueren cada año en ese país son matadas o ayudadas a morir por médicos. ¡La mitad de las mismas no pidió morir!. Estas incluyen ahora recién nacidos cuya calidad de vida se considera deficiente y adultos (e incluso adolescentes) depresivos en buenas condiciones físicas.

El Dr. Karel Gunning, holandés, cita varios casos documentados sobre la eutanasia en Holanda, entre ellos los siguientes: "Conozco a un oncólogo que trataba a una paciente con cáncer en el pulmón. Sufrió una crisis respiratoria que hizo necesaria la hospitalización. La paciente se rebela: -no quiero la eutanasia-, imploraba. El médico le aseguró que no; la acompañó el mismo a la clínica; la vigiló. Tras 36 horas, la paciente respira normalmente, las condiciones generales mejoraron. El médico se fue a dormir. A la mañana siguiente, no encontró a la enferma en su cama: un colega había "acabado" con ella porque faltaban camas libres". En otro caso, "es de un anciano hospitalizado de agonía. El hijo pide a los médicos que -aceleren el proceso-, de modo que el funeral del padre pueda tener lugar antes de su viaje de vacaciones al extranjero que ya tenía reservado".

Entre los que están a favor de la eutanasia se dan primero unos presupuestos que buscan justificar la eutanasia para después proceder a su legalización, entre estos tenemos:

      Hablan del derecho a la vida pero sujeto a cierta calidad de vida, por lo que, para los afectados por enfermedades o lesiones incurables muy dolorosas, es necesario reconocer, frente al derecho a vivir, un derecho a morir sin dolor, para evitar la vida indigna sujeta a un dolor irresistible. En tal caso hay que entender que el "derecho a morir" tiene preferencia sobre el derecho a vivir.

      Cada uno puede disponer de su propia vida en el uso de su libertad y autonomía individual.

      Por tal motivo, la eutanasia, lejos de fomentar el suicidio/homicidio, es un acto de compasión para con el moribundo, el enfermo o lesionado, por tal motivo es un acto de suprema caridad, una obra de misericordia cumplida con el paciente.

Veamos, en relación a esto, como funcionan las campañas de defensa de la eutanasia:

      Siempre se comienza presentando un caso límite, una situación terminal llamativa que excite la sensibilidad colectiva para justificar la eutanasia en este caso dramático y singular. Se admite un caso y así, tomándolo como modelo, se pueden "arreglar" otros. Se habla de "arreglar un problema", no se usa jamás el término "matar a un ser humano". Suele presentarse a un hombre del que se dice que se encuentra en vida vegetativa, pero esta afirmación no es real; su vida sigue siendo humana, siente, oye y vive como hombre, no es un vegetal.

      Se llena la opinión pública de eufemismos que aprovechan muy bien la dificultad conceptual y terminológica para distraer el punto de atención sobre la realidad del asunto (que es matar a un ser humano) y superficialmente se simplifican los juicios con términos como: "ayudar a morir", "facilitar la culminación de la vida", "liberación del enfermo", etc.

      Se presenta a los defensores de la vida como retrógrados, intransigentes, contrarios a la libertad y al progreso. Así se distrae el debate y no se escuchan con serenidad y ecuanimidad las opiniones a favor de la dignidad del ser humano pues ya están diseminados los prejuicios en las mentes de la opinión pública.

      Se hacen encuestas de opinión sobre la ciudadanía, los enfermos de SIDA, los de cáncer, los médicos, etc. Estas encuestas son poco fiables pues hay mucha imprecisión terminológica, muchos componentes emocionales que se ponen en juego, etc. Es famoso el caso de la encuesta realizada en Barcelona donde se decía que el 90% de los médicos de la ciudad estaban a favor de la eutanasia, pero viendo los cuestionarios, en verdad estaban en contra del "ensañamiento terapéutico". En el fondo hay un hábil manejo de la terminología para "orientar" los resultados.

Creen que es el único camino apto para conseguir ese objetivo, evitando los dolores y sufrimientos terminales sin ninguna esperanza de salvación. Esa muerte tranquila y serena, en la que tantos sueñan, sería la consecuencia más benéfica y positiva de la eutanasia. No aplicarla en esas condiciones lamentables y dolorosas parecería más bien como un gesto de sadismo inhumanitario.

Visto de esta manera, hasta parece loable, el matar a un paciente, y no se dan cuenta de la imprecisión y vaguedad de sus expresiones que no hacen sino confundir a la sociedad alegando un "derecho a morir" que se contrapone al "derecho a vivir". Es decir, no puedo hablar de un derecho a vivir sin un deber de vivir, conservando la propia vida y llevándola a una muerte digna y natural, por tanto, contrario al supuesto "derecho a morir" que me lleva a destruir la vida a como de lugar, ya sea porque "no hay camas libres" o porque "tengo reservadas las vacaciones" como veíamos en los párrafos anteriores. Debemos recordar que "la vocación del médico se ha entendido siempre como un servicio a favor de la vida; si se admitiese legalmente la eutanasia, se convertiría, en determinados casos, en un -agente de muerte-, cuya misión es utilizar sus conocimientos para poner fin a la vida del enfermo"

Como hemos visto, el proceso de acelerar conscientemente la muerte de un paciente se llama eutanasia. El proceso inverso, ilícito de igual manera, se llama distanasia y consiste en retrasar el advenimiento de la muerte todo lo posible, por todos los medios, proporcionados o no, aunque no haya esperanza de curación y aunque eso signifique unos grandes sufrimientos añadidos para el enfermo. También se llama "ensañamiento terapéutico" o "encarnizamiento terapéutico". En contraposición existe lo que llamamos ortostanasia, situación en donde se respeta la dignidad de la persona al morir con medios proporcionados. Literalmente significa morir rectamente, el modo ideal de morir, o sea, "ayudar a morir al enfermo sin practicarle la eutanasia ni la distanasia. Prestándole los auxilios clínicos específicos y el amor humano hasta que la naturaleza dice basta sin ser intencionadamente precipitada ni brutalmente retardada.

La ortostanasia es un deber moral de todo médico, pues de acuerdo a su función asistencial, debe curar, aliviar y consolar de manera privilegiada al paciente que se encuentre en estado terminal a través de:

      Acompañamiento: El médico no debe dejar de atender al enfermo con toda solicitud aún cuando no se pueda curar.

      Información: La muerte es un hecho trascendente que afecta a la persona y a su entorno (familia, amistades, etc.). Se podría decir que uno tiene "derecho a vivir su propia muerte", es decir, necesita la información adecuada y necesaria sobre su situación y enfermedad para que pueda prepararse a bien morir.

      Atención espiritual y social: El médico debe ofrecer la posibilidad de recibir la asistencia espiritual que desee y la posibilidad de atender obligaciones morales graves (otorgar testamento, etc) antes de recurrir a medicamentos que puedan privarle de la conciencia.

      Tratamientos paliativos: Son aquellos que se administran para hacer más soportables los efectos de la enfermedad y especialmente eliminar el dolor y la ansiedad.

      Cuidados mínimos: Son aquellos que se deben a toda persona por el hecho de serlo, por lo que nunca pueden abandonarse, ya que corresponden a la consideración debida a la dignidad de la persona humana:

      • Alimentación

      • Hidratación

      • Cuidados higiénicos

En base a estas acciones, podemos decir que, es necesario reclamar "derecho a vivir con dignidad hasta el momento de la muerte" en lugar de, un "derecho a una muerte digna" que la eutanasia no proporciona.

El médico debe hacer TODO lo posible. Hacer SOLO lo posible. Hacerlo LO MEJOR posible.

Aquellos cuya vida se encuentra disminuida o debilitada tienen derecho a un respeto especial. Las personas enfermas o disminuidas deben ser atendidas para que lleven una vida tan normal como sea posible.

Cualesquiera que sean los motivos y los medios, la eutanasia directa consiste en poner fin a la vida de personas disminuidas, enfermas o moribundas, por lo que es moralmente inaceptable. Por tanto, una acción u omisión con la intención de provocar la muerte para suprimir el dolor, constituye un homicidio gravemente contrario a la dignidad de la persona humana.

La interrupción de tratamientos médicos onerosos, peligrosos, extraordinarios o desproporcionados a los resultados puede ser legítima. Interrumpir estos tratamientos es rechazar el "ensañamiento terapéutico". Con esto no se pretende provocar la muerte; se acepta no poder impedirla.

Aunque la muerte se considere inminente, los cuidados ordinarios debidos a una persona enferma no pueden ser legítimamente interrumpidos. El uso de analgésicos para aliviar los sufrimientos del moribundo, incluso con riesgo de abreviar sus días, puede ser moralmente conforme a la dignidad humana si la muerte no es pretendida, ni como fin ni como medio, sino solamente prevista y tolerada como inevitable. Los cuidados paliativos constituyen una forma privilegiada de la caridad desinteresada por lo que deben ser alentados.

El Estado no puede atribuirse el derecho de legalizar la eutanasia pues la vida del inocente es un bien que supera el poder de disponer de ella tanto por parte del individuo como del Estado (nadie se da a sí mismo la vida).

Concluimos este recorrido diciendo que, nada ni nadie puede autorizar el dar muerte a un ser humano inocente sea feto o embrión, niño o adulto, anciano, enfermo incurable o agonizante. Nadie, además, puede solicitar ese gesto homicida para sí mismo o para otro del que sea responsable, ni puede consentir en él. Se trata en efecto, de una ofensa a la dignidad de la persona humana, de un crimen contra la vida, de un atentado contra la humanidad.

Como diría el escritor Jean Rostand: no hay ninguna vida, por muy degradada, deteriorada, rebajada o empobrecida que esté, que no merezca respeto ni que se la defienda con denuedo. Tengo la debilidad de pensar que el honor de una sociedad radica en asumir, en aceptar el oneroso lujo que supone para ella la carga de los incurables, los inútiles, los incapaces; yo mediría su grado de civilización por el esfuerzo y la vigilancia a que se obliga por mero respeto a la vida.




cuento

Con las manos atadas
zul l y s h i r l e y h e n a o u r r e a

Todo comenzó cuando mi padre perdió su empleo y mi madre
no ganaba el suficiente dinero para mantenernos a mis hermanos y
a mí. No sé si fue por el ocio o por la falta de dinero, pero mi padre
se convirtió en una persona violenta, y mi madre estaba ya cansada
de los golpes que recibía cada noche cuando él llegaba borracho.
Una de esas noches, más borracho que de costumbre, mi padre
quiso tener sexo con mi madre, pero ella lo rechazó, y fuimos nosotros,
sus hijos, quienes pagamos las consecuencias: nos amarró
de pies y manos y nos empezó a golpear con un lazo. Mi madre
trató de impedirlo, pero mi padre la empujó tan fuerte que rodó
por el piso y su cabeza se golpeó contra la pared. Mis hermanos
estaban asustados, lloraban y temblaban. Yo quise hacer algo para
detener eso, pero me sentí impotente, con las manos atadas.
Pasaron muchas horas antes de que mi padre se calmara y decidiera
desatarnos. Corrí donde mi madre, sangraba. Me dijo que
me fuera lejos con mis hermanos, pero no pude hacerlo porque me
dolía todo el cuerpo y mis hermanos, tirados en el suelo, estaban
aún más maltratados y no podían siquiera moverse. Fue tan fuerte
la golpiza que estuvimos una semana entera en la cama, mientras
uno
mi madre moría lentamente sin que a él le importara y sin que
nosotros pudiéramos hacer nada. Mi padre, aprovechando la situación,
llevaba a sus amigos a casa, se emborrachaban y se metían
a la habitación de mamá, la manoseaban y la violaban. Era algo
asqueroso lo que mi padre hacía con mi madre. Lo odiaba, lo detestaba,
hasta pensé muchas veces en matarlo, pero le tenía mucho
miedo y pensaba que, si lo hacía, podría ir a la cárcel y no quería
dejar solos a mis hermanos. Con mi madre a punto de morir, yo
era lo único que tenían, la única persona que podía ayudarlos.
Cuando pude hablar nuevamente con mi madre, ella llorando
y con la voz entrecortada volvió a pedirme que escapara con mis
hermanos y me entregó algún dinero que tenía guardado, me dijo
que lo escondiera bien y no lo dejara ver de mi padre. En ese momento
llegó él, estaba muy borracho, mucho más que los amigotes
con los que llegó, quienes al ver a mis hermanos los miraron con
maldad y empezaron a acariciarles sus partes íntimas. Yo traté de
impedirlo, pero mi padre me golpeó. Mis hermanos lloraban y me
pedían ayuda. Mi padre me tenía aprisionada y yo nada podía hacer,
entonces me dijo que la única forma de ayudar a mis hermanos
era accediendo a tener sexo con todos sus amigos. Yo me negué
rotundamente y lloré, pero ellos me tomaron a la fuerza, mientras
mis hermanos lo presenciaban todo. Era horrible todo eso que nos
estaba pasando y yo no sabía que hacer para salir de esto.
Cuando todos estuvieron saciados, siguieron bebiendo hasta
quedarse dormidos de la borrachera. Yo, entonces, aproveché y sigilosamente
salí de la casa casi arrastrándome, pedí auxilio y muy
pronto alguien llegó con la policía. Se llevaron a mi madre en una
ambulancia, pero nada pudieron hacer por ella. A mi padre y a sus
amigos los metieron a la cárcel, pero pronto los dejaron libres porque
no había pruebas de lo que habían hecho. Yo no quise someterme a ningún examen y la muerte de mi mamá fue, según la autopsia,
por causas naturales.
Saqué, de donde lo había escondido, el dinero que me dio mi
madre y compré un veneno para ratas, cuando papá llegó a casa,
se bebió la última cerveza de su vida

El último viaje del cóndor
a l e j a n d ro g a b r i e l p é r e z r u b i a no
Nostálgico, perdido entre un mar de pensamientos, se le veía
sentado en su silla, aquella que siempre le era fiel, como si esta
misma se fuera a ir a otro mundo con él. Se lo veía distante, casi
ajeno, perdido. Los curiosos llegaban a aquel lugar soplado por
el tiempo, como atraídos por un llamado lejano y siempre se preguntaban
por lo que le había pasado a aquel hombre al que se le
veía resignado: aquel que no hablaba, no miraba, apenas respiraba,
escasamente se movía; aquel cuyos ojos reflejaban un vacío
insondable. Contemplarlo se sentía como perderse entre miles de
nubes, como si no existiera nada más que la constante sensación
de estar recordando un pasado que no existe, que no volverá.
El sólo mirarlo provocaba un llanto profundo y afligido en los
más débiles de corazón. Aquel hombre de cabello blanco no
como la nieve sino más bien como las nubes; aquel hombre que
parecía la ironía misma en vida, siempre con su expresión feliz
al tiempo que nostálgica. Ese que semejaba un rey desolado
con su triste mirada posada en su reino caótico y no un viejo
demente que parecía haber sido condenado por Dios a una muerte en vida.
Su historia me llegó susurrada por el viento como parte del
repertorio traído por los viajeros del cielo. La vida de aquel hombre
se puede resumir en una sola frase o extender a lo largo de
páginas y páginas y aún así ni siquiera cabría en la imaginación
del hombre. Su nombre se perdió en el viaje que hizo esta historia
hasta este humilde redactor. Sólo sé que hoy es conocido como el
“Cóndor”. El Cóndor, en los años que ya se olvidaron en el tiempo,
solía ser un humilde poeta que vivía de palabras y se alimentaba
de letras de noche y de día. Aun cuando era un hombre muy pobre
y desdichado, siempre se lo veía altivo, orgulloso, imponente,
su rostro reflejaba una sabiduría demasiado profunda y aun así
sarcástica en su inocultable ingenuidad.
Sus poesías eran, en su eterno anonimato, apreciadas como tesoros
de la literatura perdida entre páginas olvidadas. Sus escritos
fueron piezas magistrales de inspiración mundana pero a la vez preciosista.
Tras sus letras se dilucidaba siempre un mensaje nostálgico
que dejaba como única salida aquel sentimiento que él nunca pudo
sentir o que tal vez simplemente nunca pudo recordar: el amor.
El Cóndor siempre se sintió ajeno a los problemas del mundo,
aquellas miles de querellas que aquejaban a este mundo, siempre
le parecían problemas ilógicos, casi estúpidos. Nunca pretendió,
como buen trovador, hacer nada por nadie, tan sólo trasmitir el
mensaje y que cada quien lo tomase como le viniera. Hasta que
llegó aquel sombrío día en el que el Cóndor, como todo genio,
alcanzó más temprano que tarde aquel punto indefinido entre la
necesidad de la existencia por la creación y la idealización de la
inexistencia por la inmortalización del alma, lo que en términos
más mortales sería una crisis existencialista.
Pero el Cóndor no era un genio cualquiera. Él en su propio mar
de creencias disueltas en su mezcolanza mental, aunque estaba
convencido de que no había nacido para este mundo tan inferior
a sus extensiones mentales, sabía que este mundo estaba ligado a
más de una dimensión y escaparse de él era solo cuestión de voluntad.
A veces cuando era tan sólo un niño y se encontraba confinado
por sus colegas, debido a cuestiones que siempre han aquejado
a los genios, simplemente se escapaba dentro de su imaginación,
iba a cualquier lugar de su mente y disfrutaba de los recuerdos
más emocionales o los más impactantes y, cuando se aburría de
la monotonía de los espacios humanos se expandía y viajaba por
universos interminables y así resistía la soledad a la que había sido
condenado mucho antes de nacer. Ahora cuando intentó viajar
por aquellos espacios recónditos en la infinitud de su mente se dio
cuenta de que ya estaba demasiado viejo, que su mente no podía
reproducir con igual facilidad aquellos universos donde solía mecerse,
hasta el punto en que las demás prioridades de su mente eliminaron
furtivamente su posibilidad de imaginar; su posibilidad
de trasladarse a lo más profundo de su mente. Cuando el Cóndor
evidenció la traición íntima de la que era víctima se sintió desesperado
y más humano que nunca antes en su vida. No le gustaba
esa sensación, lo hacía sentir repugnancia, asco, náusea. Gritaba y
buscaba desesperadamente una salida a su dolor.
Hasta que por fin la vio junto a su ventana recordándole la altivez
de antaño, la libertad, el eterno desafío a las leyes mortales.
Era aquel el rey de los Andes que lo miraba fijamente como desafiándole.
Desesperado por el revoltijo en su mente, tomó la última
gota de cordura que le quedaba y gritó conjeturando a aquel Dios
que lo había condenado, pidiéndole ante aquel majestuoso animal
que su alma fuera expandida y aunque fuera por un solo día
poseer el cuerpo del cóndor. Sin pensarlo más y con intención de
acabar con su tormento se abalanzó hacía el vacío.
Cuando abrió sus ojos y vio aquella imponente vista pensó estar
en el paraíso, mas pronto se dio cuenta de que el cóndor había
aceptado el pacto. Así, ahora volaba libremente. Primero toscamente,
pero luego de forma majestuosa, abrazaba el aire, lo sentía
bajo sus alas, hacía toda clase de maniobras y volteretas, viajaba
largas distancias, se posaba suavemente sobre las más altas cumbres
y volvía a caer al vacío como inmolándose a la eternidad.
Reposaba en un árbol y se dejaba acariciar por el viento matutino.
Se sentía otra vez libre. Había perforado la barrera que sujetaba su
alma a su cuerpo, había fusionado su imaginación y su presencia
física creía haber rebasado ya los límites de la divinidad. No podía
esperar a describir todo esto. Todo lo que había descubierto, la
verdad que le había sido oculta al hombre; sólo que al intentar regresar
a su cuerpo recordó de golpe que todo pacto con un dios es
injusto, su alma había quedado ligada a ambos seres, él era a la vez
alma de cóndor y cuerpo de humano. No podía escribir nada pues
su alma había sido condenada a vagar como un cóndor en el cielo.
Según cuentan los viajeros del viento, sólo logró escribir una frase
antes de quedar en el estado de letargo al que hoy sigue confinado:
“El cóndor vuela alto pero siempre regresa a su nido”.



La trágica indiferencia
d a v i d f e l i p e g u e r r e ro
Es de noche, bajo el manto violeta alumbrado ligeramente
por puntos amarillos y blancos que parecen puestos al azar, se encuentra
ahora un niño esperando a su madre.
Pasan dos, quizás tres horas, y el niño sigue ahí, clavado sobre
el suelo; casi inmóvil. No chilla ni se queja, no produce el
más mínimo ruido, sólo se cuelan unas tímidas pero constantes
lágrimas sobre sus ya enrojecidos ojos, formando un pequeño
charco alrededor de sus pies. El niño parece una muerta estatua
de mármol.
Su madre por fin llega, y como si tuviera pequeños pedazos de
vidrio en su garganta, le grita a su pequeño desde el otro lado de la
avenida con una voz pequeña y afónica:
–¡¡Ven acá, nene!!
El niño sale de su trance y corre atravesando la avenida. No
alcanza a cruzar al encuentro con su madre, no alcanza a sentir
su cálido pecho; un bus rojo y muy largo lo enviste rompiéndole
todos y cada uno de sus delgados, frágiles y delicados huesos;
sólo se escucha un ligero traquear y el caer de un cuerpo liviano y
estéril. El niño cierra los ojos que ya no lloran, y muere postrado
sobre el frío y áspero concreto de la ciudad negra. La madre lo llora
y grita desesperada, intentando en vano despertar.
Se cierra el telón y la escena y, con ella, el acto y la obra acaban.
Nadie del público aplaude… todos estaban dormidos.



Sociedad paranoica
j h o n a t h a n b a l v í n r e s t r e p o
Me persiguen, me siguen dos hombres y una mujer. Los he
visto de reojo por encima del hombro derecho o del izquierdo, cómo
sus cuerpos reflejados en las vitrinas de los almacenes se alejan cada
vez menos, cómo intercambian puestos para que no los descubra.
Para mi desgracia, el semáforo está en rojo. Ángel de la Guarda, protégeme
de todo mal y peligro. Allí, dos pasos a mi izquierda, está el
tipo de camisa de cuadros rojos. Cuatro pasos a su derecha está la
mujer, y el tipo con la gorra de los Yankees se encuentra justo detrás
de mí. Ya me hicieron el triángulo del robo. Acá fue, acá me robaron,
acá por fortuna no me robaron. Verde. Por distraerme con el cambio
de luz perdí de vista a la mujer. “Cuidado, allá lo están esperando”,
me modula repentinamente el Ángel de la Guarda en el oído de la
conciencia al ver a la mujer parada en la esquina dialogar con dos
hombres diferentes a mis perseguidores. Acá fue, acá me robaron,
acá tampoco me robaron. La mujer y su compañía ni me determinaron.
Claro, cómo iban a actuar si cuando crucé a su lado pasaron dos
patrulleros. Gracias Ángel de la Guarda por salvarme otra vez.
Rojo. El semáforo está en rojo. Lo mejor será tomar un taxi para
perder a estos hijueputicas que me persiguen desde tres cuadras
abajo, no sea yo tan de malas y me roben los paquetes. Son cuatro:
tres hombres y una mujer. ¡Taxi!
Rojo. La luz del semáforo está en rojo. Allí está el hombre de camisa
de rayas que me persigue desde que salí del centro comercial.
He visto cómo se acerca siempre por el lado donde cargo el bolso. Su
compinche debe ser este de camisa de cuadros rojos que está detrás
de mí, sólo se separan cuando volteo para ver cómo están de cerca.
La creen a una pendeja. Verde. Allí van, allí cruzaron. Son tres, no
había visto al hombre con la gorra de los Yankees que le susurró algo
en el oído derecho al hombre de la camisa de cuadros rojos.
Rojo. Otra vez el semáforo está en rojo. Dos almacenes atrás se
quedó la mujer que piensa que le voy a robar el bolso. Pobrecita,
la entiendo porque yo siento lo mismo con estos idiotas que me
persiguen hace seis cuadras. Ahora son dos, a la mujer no la veo
desde dos cuadras atrás. Verde. ¿En dónde está el tipo con camisa
de cuadros rojos? Ahí está, me ha rebasado. Acá fue, acá si me
robaron, me hicieron el conocido sánduche; pero, acá tampoco
me robaron. Me he salvado. Los dos tipos han cogido una ruta de
bus diferente a la mía, y no tengo porque preocuparme, todo fue
simple paranoia de que me robaran el primer sueldo. Desafortunadamente
no puedo decir lo mismo de la mujer que piensa que
le voy a robar el bolso, quien se subió en el mismo bus donde
va su atracador: yo




El amor
d a n i e l a r amí r e z enr íque z

Hola, me llamo Esther. Ayer mientras iba a la escuela me
encontré con Alan, el chico de quinto al que le gusta mi amiga
Margarita.

No sé, no la veré hoy –le dije cuando me preguntó por ella.
–Toma –y me entregó una caja con una cinta roja que parecía
contener un regalo–, pero no lo abras, ya sabes que está mal abrir
los obsequios ajenos. Esta noche lo guardas en tu casa y mañana se
lo entregas. Le dices que es de parte de su príncipe azul.
Al príncipe azul de Margarita le faltan dos dientes, tiene la cabeza
llena de piojos y si tú le miras las manos detenidamente siempre
están sucias con las uñas llenas de tierra. Me alegró de que fuera
su príncipe azul y no el mío. Pero tenía curiosidad por el regalo,
no me imaginaba qué podía ser: quizás un sapo destripado o un
murciélago carcomido por las hormigas, seguramente su último
diente perdido luego de la caída de un árbol. De Alan se podía
esperar cualquier cosa.
Como sea, lo guardé en el fondo de mi maletín y continué mi
camino hacia la escuela. Al regresar a casa y sacar mis libros, nueu
n o
vamente volví a ver el regalo envuelto en su cinta, sólo bastaba
halar una de sus puntas para liberar la tapa. Era una caja mediana
como esas que se usan para guardar zapatos.
Después de recibir las buenas noches, más el beso de mamá y
de, sinceramente, tratar de dormir, moví mi brazo y prendí la lámpara.
Entonces pude ver el regalo mirándome desde la cómoda.
No lo soporté más y me levanté, tenía que abrirlo. Jamás imaginé
que esa decisión cambiaría mi vida para siempre.
Adentro había una caja de música con una melodía tan bella
que apenas la escuché hizo que me enamorara perdidamente
de Alan.
Al siguiente día, cuando venía de la escuela, me volví a encontrar
con él. Mi corazón saltó emocionado.
–¿Ya se lo entregaste?
–Sí, sí, se lo entregué –mentí.
–¿Qué dijo?, ¿qué cara puso?, ¿le dijiste que era de parte de su
príncipe azul?
–Si, eso le dije, pero ella como si nada, simplemente se marchó.
En agradecimiento por haberle hecho el favor, Alan me acompañó
a casa y se ofreció a llevarme los útiles escolares. Mientras
caminábamos me contó que el obsequio que había enviado conmigo
a Margarita se lo había dado una mujer muy vieja que vivía a
las afueras del pueblo en una cabaña destartalada. Se había topado
con ella cuando regresaba del río.
–Si no tienes quien te quiera pero te gusta una linda niña del
pueblo, dale esto –le había dicho la vieja.
Según Alan, la mujer sacó de un costal la caja de música y le
dijo que era mágica, que la chica que escuchara la melodía quedaría
prendada de amor por él. A cambio le pidió los peces que Alan había pescado en el río esa mañana. No le dije nada y me marché.
Al parecer yo había caído en una trampa. Mi mente me decía que
Alan era el chico más vago, sucio y feo del pueblo; pero mi corazón
estaba loco de amor por él. Tenía que encontrar a la mujer y
deshacer el hechizo. Esa misma tarde salí del pueblo, hacía el río,
según la indicación que me había dado el propio Alan. Las paredes
de su casa estaban hechas de madera curtida por la humedad y por
techo había un chamicero de paja seca. Más parecía el nido de una
bruja que la casa de una cristiana.
Tras llamar a la puerta con algo de temor, la vieja me abrió y de
inmediato me preguntó qué se me ofrecía. Yo le narré lo sucedido.
Ella, sin decir nada, dio media vuelta y se dirigió al último cuarto
de la casa. Yo supuse que buscaba un antídoto para el hechizo,
algo para deshacer el conjuro y volver todo a la normalidad.
Pero no fue así, cuando regresó, me entregó un frasco diciéndome
que contenía un perfume, que cuando me lo untara, Alan
moriría de amor por mí. Huí de ese feo lugar odiando a esa mujer
y odiándome a mi misma por curiosa y por tonta, pero me llevé
el perfume.
De pronto, detrás de la boca desdentada de Alan, de sus manos
sucias y su cabeza hueca, empecé a adivinar al príncipe azul que
se me había revelado en la caja de música. Quería correr hacía él,
abrazarlo y besarlo y decirle que lo amaba. Pero mi mente me detenía,
diciéndome que yo había sido víctima de un hechizo y que
no existía tal príncipe ni tal amor por él.
Como sea, al final, Alan y yo nos hicimos novios. La vieja tenía
razón, sólo fue cuestión de hacer que Alan oliera el perfume para
que se olvidara para siempre de Margarita y me quisiera sólo a mí.
Desde entonces pienso que el amor es como una música suave y extraña, como un perfume fino y delicado que va más allá de
nuestros sentidos y nos embriaga hasta el alma. Sí, el amor es una aventura.
Celda 105
j e n ny p a o l a ma r í n s a l a z a r
Aquí estoy en la celda número 105 de la cárcel Modelo de
Bogotá, entre cuatro paredes, rodeado de desdicha y componiendo
una y otra canción a la luz de este farol para “mi viejo” que durante
toda su vida soñó ser parte de un mundo que yo conocí para cumplir
su voluntad. Recuerdo aquellos momentos cuando estando
postrado en su cama, testigo de su agonía en medio de esa enfermedad
que le carcome el cuerpo, me pedía con el más profundo
sentimiento y con su dulce susurro de voz que le cumpliera su
último deseo... la ilusión de verme –a pesar de nuestra lamentable
situación de pobreza–, convertido en el héroe que él había querido
ser, vistiendo con el mayor de los honores el uniforme militar. Ese
uniforme anhelado por muchos, desdichado para otros, y por qué
no decirlo, también para mí, pues hasta entonces mi pasión era totalmente
diferente. Mis anhelos estaban puestos en que mis notas
musicales pudieran recorrer el mundo y hacer vibrar los corazones
de muchos. Quería componerle canciones a la vida, al amor y a la
verdadera lucha... la lucha por la felicidad. Incluso cuando ingresé
a la milicia pensaba que mis acordes, mis melodías, podían llenar
las vidas de aquellos que me acompañaron durante esa amarga
pesadilla en la que mi verdugo, el Capitán Zapata, hizo que mi
fantasía se derrumbara en mil pedazos.
En el batallón fui víctima de incontables humillaciones, maltratos
y violaciones de mis derechos y de mi propia dignidad. Tuve
que soportar por mucho tiempo la actitud de un jefe autoritario,
prepotente y déspota, que en lugar de un ejemplo a seguir se convirtió
en mi peor enemigo. ¿Y todo por qué? Porque era un tirano
que me discriminaba sólo por mi condición de pobreza. Su trato
no era el mejor, me despertaba más temprano de lo establecido y
con su aguda voz me gritaba: “Soldado Martínez, arriba”, cuando
la aurora mañanera apenas asomaba en el horizonte. Mientras los
demás disfrutaban su bonito sueño yo tenía que hacer doscientos
de pecho y darle cinco vueltas al batallón y eso con frecuencia sucedía
sólo por haber omitido una acción, mientras él se burlaba y
me golpeaba con su macana si no actuaba como él ordenaba. Él se
divertía mucho con mi desgracia, pero yo no era culpable de estar
en estas condiciones. No nací en cuna de oro pero tengo un corazón
que vale más que todos los lujos que él poseía. Me amenazaba
con que si no hacía lo que él me pedía, me quitaría la licencia de
fin de mes y me quedaría sin ver a mis seres queridos por un buen
rato. Pero no... yo tenía que ver a mi padre, el autor intelectual
de este sufrimiento, porque por él estoy dispuesto a hacer hasta
lo imposible.
Como de costumbre yo era un conejillo de indias, un trapo, el
objeto que el Capitán Zapata manejaba a su placer, pero ¿yo qué
podía hacer? Me sería imperdonable no cumplirle a mi viejo y peor
aún sabiendo que el cáncer día tras día lo iba consumiendo. Me
motivaba saber que tal vez, con un sueldo que no iba a ser el mejor
–porque estoy seguro que el Capitán no me pagaría lo que corresponde–,
podía comprarle sus costosas medicinas y pagarle el traj tamiento que tanto necesitaba. Daría lo que fuera por verlo sonreír
tan solo por un momento y saber que en verdad para él, aunque no
lo fuera para los demás, era su héroe, su amado hijo, del que estaba
orgulloso y el que estaba cumpliendo su sueño frustrado.
Mi madre, mi amada madre esperaría por mí con el más profundo
sentimiento, con la ilusión de que algún día con mi propio
esfuerzo pudiera sacarlos de la miseria, de ese rancho en el que
pasamos tanto sufrimiento y en el que había días en los que no
teníamos ni una aguadepanela como alimento. Por eso estaba en el
batallón, ese era mi motor, lo que me impulsaba a seguir y a soportar
tanta amargura. Al fin y al cabo nada es para siempre y todo
debía terminar algún día.
En una de esas pocas veces en que por fin tuve licencia, fui a
casa de mis padres. A la entrada estaba mi hermosa madre con
sus ojos brillantes de emoción a través de los cuales podía ver el
amor tan grande que me tenía. La mayor sorpresa la experimenté
cuando recibí un detalle aparentemente sencillo pero muy valioso
para mí: un radio. Mi madre lo consiguió con su propio sudor y
con el esfuerzo diario de su humilde labor. La abracé fuertemente
y con su dulce voz me dijo: “Sé fuerte, hijo, yo sé la amargura que
pasas, pero esto hace feliz a tu padre, siempre recuerda que aquí
te estaremos esperando con los brazos abiertos”. Por mi mente,
jamás pasó que este detalle tan bello iba a ser la causa de mi mayor
desgracia.
Regresé al batallón con regocijo y esperanza. Ya en el cuartel estaba
de guardia y decidí escuchar música. Encendí mi radio, pero
mi dicha duró muy poco. Fui sorprendido por el capitán Zapata
quien como de costumbre se llenó de rabia hacia mí sin motivo
alguno, tomó mi radio y lo destrozó en mil pedazos. Mi corazón
no aguantó más, era demasiado para mí, mi indignación era tal
u n o 101
que reaccioné violentamente y en ese momento de locura cargué
mi fusil y le disparé varias veces sin piedad a quien fue mi pesadilla
durante el tiempo que estuve como recluta en el batallón, segando
su vida. Y así fue, gané la batalla pero no la guerra, y tampoco la
ganaré porque hoy el dolor que siente mi padre y mi familia es
insuperable para todos. Sólo pido a Dios y a mis padres que me
perdonen porque cometí un error, pero lo hice tratando de salvar
mi dignidad y mi reputación. Ahora estoy pagando el precio de mi
error, no me arrepiento por el acto cometido, sino porque ahora
mi padre no va a disfrutar la dicha de tener a un héroe como hijo;
ahora lo único que tiene es a un asesino.